Las sorpresas son pruebas de nuestra ignorancia

Aquellos que transitamos conscientemente un camino espiritual hemos aprendido que los obstáculos, así como las crisis pueden ser oportunidades para sondear en los misterios de realidades mayores. Incluso pueden por sí mismos inspirarnos recorrer un camino de búsqueda, más allá de las propias dificultades. Y es en ese recorrido, mirando hacia adentro y hacia arriba, que mucho de lo que encontramos comienza a expresarse y a crecer en nosotros más allá del conflicto inicial; llegando incluso a brindarnos el conocimiento, en relación a la expresión del desarrollo del alma y del mundo espiritual en general.

Suele ocurrir que comience a generalizarse una visión más profunda y más real de otros aspectos de nuestra vida, debilitando los límites que encontramos en nuestra mente y en nuestras emociones. Muchas veces el dolor da paso a la curiosidad y nos empieza a atraer el misterio, la vastedad, nuestra propia multidimensión y el sentido de la propia Existencia.

La dualidad, vista de este modo, es una invitación al conocimiento más profundo de todas las cosas. Suelo decir que la mayoría de nosotros funciona razonablemente bien siguiendo sus rutinas, su agenda. Ahora bien, lo que se graba en nosotros son los acontecimientos especiales, lo que sale de la agenda, tanto si son agradables como si no lo son.

La dualidad, pedagógicamente pensada, es una inspiradora potencial. Digo potencial porque muchas veces no avanzamos con aquello que se presenta y requerimos en consecuencia una o varias repeticiones para atravesarlo. En este sentido la Sabiduría Universal colabora con nosotros cocreando situaciones que permiten el crecimiento de nuestra conciencia. El Universo Superior se expresa dinámicamente en acciones de profundo amor y paciencia acompañando nuestros anhelos, voluntad, esfuerzo para apoyar nuestro desarrollo evolutivo.

Volviendo sobre las sorpresas, digamos que ellas pueden generar en nosotros una variedad de respuestas que van de mayor a menor contrariedad, o resultan ser excitantes cuando lo que sucede está alineado con nuestro deseo.

Desde la visión que estamos desarrollando en este escrito, incluso el propio “bienestar” debería estar bajo sospecha,  ya que si el bienestar que creemos sentir fuera real y profundo nada lo modificaría. Con esto quiero decir que la dualidad se manifiesta permanentemente y tiene los efectos que conocemos porque la dualidad más profunda que habitamos es la de consciencia-inconsciencia. De esto se deduce lo relativo de nuestros estados de ánimo y de nuestro equilibrio mental cuando aún están sujetos a los vaivenes duales.

Es sólo cuando perdemos el bienestar que confirmamos que no estábamos tan bien como pensábamos.

Entonces, la necesidad que cada uno tiene de la dualidad es proporcional a la ignorancia que lo habita. La dualidad es el método pedagógico que nos estimula a avanzar y su fuerza y grado de antinomia irán decreciendo en la medida que nuestra conciencia aumente.

Esto, por su puesto, se verifica tanto en el orden personal como en el colectivo. Incluso las atrocidades están al servicio del despertar de la conciencia colectiva. Están al servicio de la perforación de la identificación con la mente para inspirarnos en la dirección de nuestra identidad más profunda.

Necesito volver a hacer hincapié en que el nivel mental que expresa esta especie, aun cuando en algunas personas se trate de un intelecto razonablemente desarrollado, no es el techo de la experiencia humana. La mente actual es una manifestación transicional, un puente hacia otra cosa. Un instrumento que habrá de volverse continente de nuevos contenidos provenientes de planos superiores de conciencia. En este pasaje la mente ordinaria recobrará su función original que es la de ordenar y ejecutar, y dejará de esforzarse en la dirección equivocada. Podrá por fin dejar de ser “la gran hechicera”, la engañadora.

La ilusión de la identidad, tanto en lo individual como en lo colectivo, es generalizada, inmensamente generalizada. Creemos que somos lo que pensamos e incluso que somos lo que los demás piensan que somos. Vivimos envueltos en esta bruma que muchos ni siquiera identificamos como tal.

Insisto, la calidad —en el mejor de los casos— de nuestro bienestar es tan magra que se vuelve necesariamente efímera. El cambio, quizás más notorio, es que al cabo de un tiempo —variable de persona en persona— mediando un entrenamiento en la dirección de la evolución consciente, podemos pasar de pensar a ser pensados. Esto supone un cambio de la dirección de la energía, en relación a dónde se inicia el flujo de ideas, me refiero a nuestra mente o fuera de ella.

Pienso o soy pensado. Si pasamos un peine fino sabremos que, nos demos cuenta o no siempre somos pensados. Lo que en realidad varía es la calidad de lo que atraemos y la conciencia que podemos tener de lo que realmente está sucediendo.

Creo que en este desarrollo va quedando claro que la medida del progreso espiritual está estrechamente ligada a la proporción que habitamos en relación al binomio conciencia-inconciencia. A medida que avanzamos en este camino la inconciencia se va reduciendo y la conciencia creciendo.

Es desde esta mirada que reconsideramos el valor de la sorpresa tomándola en sus dos signos, la sorpresa que duele y la que agrada. Nos sorprende aquello de lo que no estamos siendo conscientes. No lo esperamos y esto es así debido a nuestra inconsciencia, dado que ella  no nos permite ver, advertir, en qué dirección y con qué contenidos están fluyendo  las energías. Esto aplica tanto a lo que nos afecta individual como colectivamente.

Si estuviéramos conscientes en todo momento no habría ni buenas, ni malas noticias. Ya que lo que sorprende muy especialmente es el impacto, infinitamente más, que el propio contenido. Como no somos conscientes de lo que se acerca, nos impactamos, perdemos pie.

Si estamos sabiendo o viendo circular una energía hacia nosotros no hay choque, solo acercamiento de una experiencia; y el impacto en relación al contenido, si lo hay, es infinitamente menor.

Cuanto menos nos sorprende lo que hallamos en el plano material, más disfrutamos del ensanchamiento de la conciencia, de la variedad de sus aspectos, de sus cualidades, de su fuerza.

La sorpresa indica la relación que tenemos con un plano de manifestación determinado. Insisto con que es independiente del signo que tenga, grata o ingrata. Y vuelvo con subrayar que su presencia entraña la posibilidad de trabajar para dejar de asombrarnos. Esta vivencia subraya lo que no vemos venir, incluso con independencia de su tamaño. Desde luego no me estoy refiriendo a lo que tratamos de prever mentalmente si no a la dinámica del orden intuitivo, que demás está decirlo, se expresa de otro modo que cómo lo hace el nivel mental ordinario o intelectual. Responden a distintos principios.

Incluso nuestra capacidad de previsión mental es ampliamente cuestionable y pobre. Me gusta el refrán que dice: “contale a Dios tus planes para que se mate de risa”.

La mente humana toma en cuenta muy pocas variables desde las que analiza y se plantea acciones futuras posibles y es justamente su escasez de verdadero conocimiento lo que hace que se equivoque muy a menudo.

En cambio, en el crecimiento de la conciencia no hay hipótesis o suposiciones lógicas hay un devenir del cual uno participa, podría decirse, en un presente contínuo. “Se va haciendo” mediante la intervención de numerosas variables de las cuales vamos siendo conscientes en forma creciente a través de una selección natural que nos pone en contacto con lo que es necesario que sepamos en cada momento. No responde ni a nuestros deseos ni a nuestras capacidades intelectuales.

Como se habrá visto a lo largo de este artículo se vuelve interesante que nos propongamos que las sorpresas, en especial las negativas, se vuelvan capital de conciencia en lugar de dolor o pérdida. Y que ellas nos animen a profundizar en el sentido de su manifestación espiritual, especialmente buscando conocer su función y porque no aprendiendo acerca del funcionamiento de otros principios.

Silvia Kamienomostki

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