Del espejo de los egos al reflejo de las almas y el Espíritu

En la instancia humana actual el desafío evolutivo, es entre otros, el de traspasar el juego de los espejos que venimos desarrollando entre nosotros para ser capaces de poder reflejar nuestra verdadera identidad volviéndonos vehículos de lo superior.

Dicho así, no podría sonarle mal a nadie si no fuera por el trabajo que tenemos que hacer, necesariamente, para poder lograrlo.

A modo de recordatorio diremos que: por espejo nos referimos a lo que vivimos en la interacción con los otros, en la cual vemos reflejadas e incluso aumentadas en ellos, características nuestras de personalidad. Esta experiencia, bien llevada, facilita el autoconocimiento y la transformación.

La utilidad del espejo depende directamente de la existencia y desarrollo del observador. Si las conductas de los demás nos influyen, nos alteran, en cualquier dirección, esto significa que dentro de nosotros se encuentran las mismas energías y es por esto mismo que nos afectan. El observador será quien pueda advertir estas dinámicas. Incluso más ampliamente, permitiéndonos estar atentos también a nuestras propias conductas tanto en relación a lo que nos hacemos a nosotros mismos como a lo que generamos en los demás.

Suele llevar un tiempo reconocer claramente este mecanismo en la interacción y aprender a dejar de adjudicarles a otros nuestros propios malestares. Es muy común suponer que si los demás hicieran lo que queremos nos sentiríamos mejor. También es frecuente escuchar la hipótesis que dice que si el otro cambia se acaban nuestros problemas.

Demás está decir que esta visión proyectiva está lejos de ser correcta, lo único que ella consigue es restarnos poder invistiendo a los demás de la capacidad de manejar nuestros humores e incluso nuestras vidas.

Al funcionar casi todos de esta manera nos la pasamos cruzando responsabilidades en relación a nuestras calidades de vida haciéndolos responsables especialmente de nuestras propias miserias. Pensamos, decimos, “si el otro hiciera, pensara, sintiera tal cosa nosotros estaríamos bien”. En este morderse la cola no hay solución definitiva para nuestros problemas. A lo sumo logramos algún maquillaje temporal a través de la negación, el control, el uso de máscaras, etcétera.

Mientras la responsabilidad de lo que vivimos está puesta afuera, las chances de cambiar, de sentirnos verdaderamente mejor se reducen casi a cero. De allí que lo primero que tenemos que lograr es responsabilizarnos y comprometernos con nuestras propias vidas.

En todos los casos “tenemos que ver” con lo que ocurre. Lo que sucede se propone como oportunidades de aprendizajes individuales y colectivos, y responden claramente a las posibilidades del desarrollo humano. Hay en el hombre una gran resistencia a reconocer este aspecto de su experiencia. Suele ser poco o nada consciente de esta condición, de este modo de funcionamiento que rige toda la experiencia de esta especie.

Entendemos que según sea la “higiene” que tenga nuestro espejo así será la calidad de lo que podamos reflejar. Por higiene me refiero a que en el curso del desarrollo podamos dejar de vernos a nosotros mismos reflejados en el otro y logremos ver lo perfecto y divino en él.

El primer problema a resolver es el de poder ampliar nuestro campo de validación de la experiencia. Actualmente la mayoría de los humanos solo legitima lo realizado en el mundo visible. Lo que se ha creado y se ve es naturalmente incluido por una amplia mayoría. La ciencia, los instrumentos, algunas reglas, son admitidos con facilidad. Entiéndase que todo ello fue apareciendo por obra y Gracia Divinas, y luego fue apropiado por los hombres creyendo que lo que aparece lo hace merced al conocimiento de su propia factura.

Para poder reconocer otras realidades, otros planos de conciencia, en primer lugar, tenemos que viajar de la mente al corazón. La percepción varía enormemente según se experimente desde uno u otro espacio vibracional. La mente percibe en forma plana, lineal y de acuerdo a la información que ya tiene. Por ejemplo: sabe que una mesa es una tabla con patas, si ve algún objeto con estas características su percepción se ajusta a establecer una unión entre lo que ya sabía y lo que ve.

En cambio, la percepción nacida del corazón es más abierta, más abarcante y más sutil, puede desplegarse y encontrarse con sensaciones, sentimientos, y por qué no misterios. Entre otros fenómenos podemos nombrar las “corazonadas”, las “certezas” y tantos otros hechos en que las personas podemos experimentar sabiendo claramente que se presentan prescindiendo de la actividad mental del pensamiento.

Como decía volviendo a los espejos, la “higiene” que tienen o no, incide directamente sobre lo que nos volvemos capaces de reflejar. Existe una relación directa entre el espejo y el reflejo. Mientras nosotros transitamos por el principio mental es, entre otras cosas, el intercambio con los demás lo que nos ayuda en el autoconocimiento. Suele resultar más fácil ver afuera de nosotros, que adentro.

Así y todo, es una fase necesaria en el desarrollo evolutivo humano. Transitar por un principio no supone per se que se instale correctamente ya que la instalación correcta trae consigo una clara conciencia de lo que está bien y lo que no lo está.  Y cuando está experiencia se asienta, ella se refleja en un funcionamiento claro y amable, en lo que se refiere tanto a lo individual como a lo colectivo. Se logra una circulación armónica, un interés por el bienestar general.

Un mental correctamente instalado facilita la conexión consciente con el alma. El mental que guarda silencio se vuelve una plataforma favorable para el descenso consciente de los cuerpos del alma durante la encarnación.

Cuando la conexión con la multidimensión resulta ser consciente lo que dichas personas pueden reflejar no son pensamientos ni emociones sino distintas expresiones devenidas de esta conexión. Puede ser una hondura en los decires, paz, amorosidad, firmeza sin violencia, etcétera.

Al arribar el hombre a este estadio que podemos llamar espiritual, por sobre el mental, lo que ve en el otro no son sus propias miserias sino lo que está detrás de su personalidad, su alma, su Esencia.

El observador da cuenta de la actividad de los espejos, pero esto sólo no es suficiente para lograr una transformación. Ella se logra, en todos los casos, por la participación del Universo Superior al cual tenemos que aprender a recurrir. Es el descenso de los Superior sobre aquello que advertimos como imperfección nuestra lo que permite que verdaderamente y en forma duradera sea modificado.

Entonces la calidad del espejo y de lo que se refleja dependerá del principio que esté actuando en forma preponderante. El reflejo a su vez puede ir incrementando su pureza y por ende su poder. Un reflejo de mayor calidad puede tener, en principio, dos reacciones diferentes: el rechazo o la aceptación.

Las personas que irradian vibraciones más elevadas que las ordinarias, como decía, pueden resultar más o menos atractivas según sea el “lugar” vibratorio en el que se encuentra el receptor. Lo que sucede con el reflejo es que atrae y muestra. Y es lo segundo lo que puede irritar o incluso enfurecer.

En este sentido ocurre lo mismo que con los descensos de energía. Nos referimos a los ingresos a la atmósfera del planeta de vibraciones superiores que se precipitan para colaborar y participar del proceso evolutivo terrestre. La reacción individual y colectiva está íntimamente relacionada con la receptividad.

Hay quienes ni siquiera notan estos movimientos frecuenciales, pero en todos los casos ser influidos es inevitable. Para algunos resulta agradable e incluso lo incluyen como una herramienta consciente de ayuda para superarse, otros se molestan y rechazan el poder conectarse con vibraciones más elevadas. Esto se debe en parte a su nivel evolutivo y a lo que eligen desde su libre albedrío.

Es difícil reconocer que ninguna de nuestras acciones es privada. No estoy hablando solo de los hechos públicos sino también de los individuales. Olvidamos que somos un todo indiviso aun cuando tenga partes diferenciadas. De allí que cualquier acción incide en el resto. Me refiero tanto a hechos de naturaleza positiva como de naturaleza negativa.

Esto significa que los espejos funcionan en forma amplia, abarcando sociedades enteras. La conducta de espejarse también puede manifestarse como imitación, acá hablaríamos de espejos que contagian, espejos a los que quisiéramos parecernos; de nuevo, tanto en sentido positivo como negativo. Los negativos funcionan y operan a través de los fenómenos hipnóticos, más conocidos como hechizos. En estos casos, el “enredo” se vuelve tan profundo que incluso la persona se siente orgullosa de aquello que se imita con independencia del signo. En el caso negativo la capacidad de discernimiento se encuentra prácticamente anulada.

Cuando hablo de lo negativo me refiero a las malas intenciones, a lo involutivo y al interés por el poder personal en detrimento del poder colectivo y evolutivo. Cuando se busca imitar la ejemplaridad, ella suele ser difícil de copiar, pero en todo caso funciona como referencia, como inspiración, como meta a alcanzar.

Queda claro que reflejamos el nivel de conciencia en que nos encontramos. Cuanto mayor sea su posibilidad de manifestación se genera un territorio energético desde el cual irradia hacia los demás, que pueden resultar beneficiados si se hallan receptivos ya sea consciente o inconscientemente. El objetivo final es ver, conocer y sentir a lo Divino en todo. Ser capaces de advertirlo constituye claramente la opción de la Evolución Consciente. El espejo refiere básicamente a una conducta horizontal mientras que el fenómeno de reflejo se vincula mayormente con la vertical.

El anhelo evolutivo se funda en la profunda necesidad de ser reflejos puros y constantes de lo esencial: de la Pura Fuerza Divina.

Silvia Kamienomostki

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