Ser conscientes de nuestra imperfección nos libera de evaluarnos livianamente en términos de aciertos o errores. Los maestros suelen referirse a este aspecto como la experiencia de la humillación y con esto se alude al dolor que experimenta el ego sobre todo cuando comienza a advertir sus propios límites y fallas. En cambio cuando esta experiencia se vuelve plena y la humildad sincera se expresa; sucede todo lo contrario, el alivio es vasto y calmo. En este punto nos volvemos una tábula rasa que nos permite recomenzar despojándonos de verdades a medias y de mentiras. Sorteamos el vacío y nos encontramos en un territorio nuevo de la mano del alma que por fin ha despertado y renacido en la propia encarnación y que busca a su vez completar su desarrollo de la mano del Espíritu.
—De la Lic. Silvia Kamienomostki
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