Son muchos los seres desarrollados espiritualmente que afirman que al menos parte de la humanidad se está despertando a una nueva conciencia, desperezándose de lo que podríamos nombrar como un “largo sueño”.
El humano actual vive en un estado intermedio que se encuentra entre el sueño y la vigilia y desde esta condición crepuscular y de visión borrosa, toma por verdades las ilusiones que este estado produce y legitima.
A la hora de querer pronosticar cuándo habrá de producirse el despertar completo, dado que deberán concurrir infinitas variables para que algo de esta naturaleza se manifieste, podemos decir que hay señales lo suficientemente claras como para vislumbrar que la “hora de Dios” se acerca.
La elevación de conciencia depende de variables personales, colectivas y cósmicas. En principio parece ser necesario que un número significativo de personas esté suficientemente despierto para que un cambio tan amplio se pueda manifestar. Por despierto me refiero a que sus almas estén activas y que el instrumento terrestre esté en contacto con ella.
Cuando esto sucede se pasa de la conciencia individual, puramente egoica; a la conciencia colectiva como hecho natural, y ya no a través del cumplimiento de los principios sociales y éticos. A esto hay que sumarle la intervención de la Voluntad Divina de Aquello que dirige la experiencia evolutiva.
Como decía, en este presente de la Humanidad hay muchos indicadores que nos permiten sospechar que la posibilidad está próxima. En particular me refiero al caos mundial que se expresa en forma múltiple a través de: epidemias, guerras, hambre, drogas, armas, trata de personas y la lista sigue. El caos es un posible motor de transformación, tiene la función de generar conciencia y resalta la necesidad de que todo se vuelva realmente diferente, que se manifieste la transformación. De allí que haya en respuesta movimientos solidarios de toda índole y un descreimiento creciente en relación a las formas actuales de organización social.
Por otra parte, la especie humana mental aprendió las reglas de este juego transitorio y las adoptó como únicas y verdaderas. Así como aprendió a distinguir sueños de vigilia habrá de desperezarse y advertir que cuando cree estar despierto no lo está, al menos en forma completa.
Los humanos conocen el juego mental, desarrollan muchos de sus mecanismos y se apoyan en ellos como si fueran reglas de oro. Pero, aun las mejores ideas surgidas de este principio, son en el mejor de los casos, distorsiones menores. Al mismo tiempo: parte del juego consiste en advertir que en su núcleo todo aquello que se expresa forma parte de la gran Verdad.
Somos fragmentos de un inmenso rompecabezas, en donde cada cual tendrá que manifestar un día su pieza esencial que encajará perfectamente en la figura infinita.
A veces advertimos la mentira, especialmente cuando, aunque sea de modo fugaz, los estados hipnóticos ceden. Pero aun así reconocemos la falsedad especialmente como existente afuera de nosotros. Del mismo modo vivimos el “mal”, como algo que sucede en otra parte, ya sea que provenga del mundo visible o invisible.
En algunos instantes, en donde al desperezarnos el velo se corre, al menos en parte, nos reconocemos en esta gran ilusión e incluso podemos ver el mal y la mentira que viven en nosotros.
Así como por un lado es profundamente humillante tocar ese lugar de ignorancia y vacío, por el otro resulta inmensamente liberador. Esta experiencia se asemeja al despertar de las pesadillas donde el terror persiste pero también sentimos el alivio de haber logrado salir de ella.
Permanentemente vivimos en el eco del pasado creyendo que estamos en el presente, llenos de lo que ya no es o de lo que está dejando de ser. En general lo que se llama aquí y ahora es una repetición, las más de las veces poco creativa, del allá y entonces.
Replicamos un mecanismo, una y otra vez, teniendo muchas veces la impresión de que estamos haciendo algo nuevo mientras usamos los mismos ingredientes de siempre que, aun cuando los agrupemos de modo diferente, el producto de lo que obtenemos termina pareciéndose mucho al que habíamos logrado con anterioridad.
Esto no hace más que recordarnos la circularidad del funcionamiento mental, cuando no busca traspasar sus propios límites. Como decía más arriba perdemos la conciencia de cuál es la verdadera función de la mente. Por un lado nos brinda la posibilidad de volvernos seres racionales y por otro nos invita a seguir creciendo en conciencia buscando otros estados que están más allá de la mente, tales como la iluminación, la intuición y el conocimiento directo.
Tengamos presente que el principio mental es un trampolín dispuesto para saltar a otros planos de conciencia y esa sola posibilidad produce en muchos el vértigo de lo desconocido. A tal punto, que creamos una realidad falseada que expresa que: estamos bien adonde estamos y que no hay que dirigirse a ninguna otra parte.
De este modo nos quedamos en la ilusión de estar en la mejor coordenada, aun cuando ella se hace trizas cuando lo que sucede no responde a nuestros deseos o a nuestra idea de bienestar y comodidad. Es notable como la experiencia de confort puede pulverizarse en un instante. Sí, basta una fracción de segundo para que todo aquello que nos parecía razonable, cómodo, “normal” se vuelva poco menos que un desastre.
Una y otra vez el supuesto paraíso se vuelve un infierno. La inestabilidad es profunda y permanente pero aun así la elegimos y erigimos, a la pseudo seguridad, en un lugar de supuesta real seguridad.
Mucho de todo esto se representa también en estados que podríamos agrupar bajo el paraguas de “el vacío de sentido”. Momentos de pena, depresión en que al notar parcialmente la ilusión, la falta de sentido se impone y muchas veces, esto mismo, se vuelve antesala al rasgado del velo, particularmente cuando aprovechamos el malestar como motor de búsqueda de algo más profundo y más real.
Rara vez nos preguntamos en profundidad, frente a lo que consideramos realidad, qué estará sucediendo realmente y no lo hacemos porque creemos saberlo, es más, estamos convencidos de que los hechos son solo aquello que vemos o inferimos de ellos.
Somos ignorantes de los infinitos movimientos que dinámicamente construyen y destruyen sin que tengamos comúnmente registro de ellos. Apenas, y de modo inevitable, conectamos con sus evidencias y consecuencias, pero igualmente nuestra decodificación de lo que ocurre nos aleja más y más de la Realidad mayor.
Debemos admitir que, las más de las veces, no logramos salir del letargo así se nos caiga un piano en la cabeza. Consideramos contingencias a los hechos evidentes e inevitables y que hablan por sí mismos, con independencia de nuestra lectura acerca de ellos.
Ignoramos que la adversidad, lo contingente, en el fondo no es tal cosa. Siempre está sucediendo lo mejor que nos puede suceder, finalmente lo que ocurre no está en función de nuestros deseos sino que constituyen estímulos, posibilidades, para nuestro desarrollo evolutivo.
Algunas veces andando el tiempo y volviendo la vista atrás advertimos la función que tuvo en nosotros aquello vivido. Suele ser en la retrospectiva que logramos encontrar un sentido profundo tanto a lo aparentemente adverso como a lo aparentemente positivo. En ese punto empezamos a vislumbrar que ambas experiencias, las agradables y las desagradables, forman parte de una sola y misma cosa.
Nos cuesta buscar lo nuevo fuera del territorio mental ordinario y es de este modo que nos volvemos fanáticos de la repetición de soluciones intentadas; e incluso, cuando nos percibimos creativos, apenas hemos combinado los mismos elementos de un modo diferente.
Finalmente nos parecemos mucho a los presos que se acostumbran a las cárceles. Pero lo absolutamente paradojal es que vivimos en cárceles que no tienen rejas. Sí, no advertimos que podemos salir de ellas. Pareciera que las puertas estuvieran a nuestras espaldas y al no verlas suponemos que no existen.
En el mejor de los casos vivimos en la ilusión de la libertad creyendo que realmente la estamos habitando. En general no es una experiencia duradera, en este nivel de conciencia, luego de un período de supuesta libertad aquello que sucede, incluso más allá de nuestra voluntad personal, nos vuelve nuevamente sufrientes y presos.
Además de estar regidos por el nivel mental ordinario somos atravesados continuamente por infinidad de estímulos, de energías provenientes del mundo invisible. Ignoramos esta realidad y atribuimos sus efectos a explicaciones que la mente da, en su amplia mayoría, equivocadamente.
Incluso vivimos en el error de creer que somos creadores y dueños de nuestros pensamientos positivos y negativos. No solemos ser conscientes que tomamos pensamientos y emociones de campos universales de energía.
Esto equivale a decir que nos apropiamos de pensamientos y emociones considerándolos creaciones nuestras.
Al no ser conscientes de esta realidad, sin saberlo, nos volvemos marionetas del mundo mental-vital y del campo sutil físico. No solo no vemos los hilos que nos ligan al mundo invisible sino que tampoco somos conscientes de qué o quiénes los manejan.
Empezar a advertir este modo de funcionamiento resulta sumamente liberador ya que nos permite elegir con que alinearnos en relación a los campos colectivos y a nuestro propio eje personal. Cuando digo personal me refiero a que aún desde nosotros mismos podemos comunicarnos con lo existente desde la mente, desde el vital desde lo físico o desde el alma. Según sea desde donde lo hagamos serán los resultados que obtendremos.
Cuando somos, aunque más no sea parcialmente conscientes de estos mecanismos comenzamos a orientarnos hacia campos energéticos de vibraciones más elevadas, más evolucionadas.
Ciertamente este es un camino que no se agota en el primer paso. Esto es sumamente importante tenerlo en cuenta. Las primeras experiencias de conciencia y conexión con lo que no vemos con los ojos físicos no debieran considerarse las últimas. Ellas no constituyen el techo de la experiencia, son una invitación para recorrer un camino en el que pasaremos por muchas estaciones.
Cuanto más conscientes nos volvemos y si seguimos trabajando en la purificación de nuestros elementos terrestres: mente, vida y cuerpo; más pura se vuelve nuestra conexión con lo que nos acerca a lo Divino. Incluso al abandonar nuestros deseos, ambiciones y metas mentales; nos vamos volviendo instrumentos de lo superior, que se puede empezar a expresar a través def nosotros.
Siempre debemos ser conscientes de que la conexión no será perfecta en tanto nuestros instrumentos terrestres no lo sean y mientras el alma no esté completamente desarrollada. Pero indudablemente el pasaje de ser marionetas a ser instrumentos en progreso resulta ser muy reconfortante.
Vislumbrar una Realidad mayor, compleja, infinita, sabia, amorosa y poderosa nos conecta con el sentido más profundo que es la intención de la encarnación, con la importancia que tiene el estar acá, en el plano terrestre. A esto debemos sumarle la importancia de ir despertando a nuestra conexión con nuestras almas que a través de volvernos instrumentos conscientes aumenta y acelera su posibilidad de desarrollo.
La integralidad de transformar los cuerpos terrestres, y ser conscientes y acompañar el despliegue del alma constituye el objetivo principal del humano que despierta a la existencia de una Realidad mayor.
En la actual coordenada evolutiva podríamos decir que nuestra disyuntiva pasa por elegir ser marionetas o instrumentos o cuanto menos un mix que apunte a poder ser cada vez más instrumentos que marionetas.
-Por la Lic. Silvia Kamienomostki
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