Mirada de Ticeap frente a la corrupción

El viejo relato evolutivo parece impregnarlo todo y seguimos aguardando la hora de Dios. Estamos encerrados en un laberinto y si bien muchos saben que se sale de él por arriba, esta vez hay que salir por adentro con la asistencia de “arriba”. Toda fuerza es poca y clama por la Fuerza del Espíritu que finalmente en tiempo y forma tomará nuestras más profundas aspiraciones y desde ellas nos ayudará a salir de él.

Como Humanidad estamos tocando el punto de la individualidad extrema, el olvido casi pleno de nuestra pertenencia a lo colectivo, universal y único. Lo colectivo solo existe actualmente en tanto provee y conviene. Estamos ante una ausencia inmensa de real pertenencia. Ella está prácticamente olvidada. No hay señales de querer trascender la individualidad ilusoria. A cada paso esta civilización se sumerge más y más en el olvido. Las palabras de búsqueda son insinceras o vacías de sentido. Proliferan las fórmulas egoicas. Asistimos a la manifestación de la perversión prácticamente plena del principio mental en donde la corrupción se ha metido en las entrañas de la Humanidad y se ha fusionado con ella. Ya casi no se distingue. La perversión se vuelve la expresión máxima de la individualidad llevada incluso más allá de lo animal. Todo lo que los humanos inventamos nos aleja del origen sobre todo por la forma en que lo empleamos.

No hay casi nada glorioso. ¿Habrá que mezclar y dar de nuevo una vez más? ¿No será esta civilización capaz de pasar del ego al alma, del principio mental a un principio superior? Esta expresión de mundo se ahoga, y no son solo las profecías las que lo dicen sino la realidad misma que lo muestra desplegándose, en forma evidente, hacia su propia asfixia.
Predominan, por no decir solo hay, individualidades expresándose, las más de las veces apasionadamente. No se rompe el velo de ilusión divisoria y luego que algún estímulo motoriza unión, solidaridad, esta se vuelve a sumergir o bien busca ser capitalizada por intereses personales.

La corrupción está en lo más profundo de esta civilización. Corroe sus propios cimientos. El centro de esta corrupción es la individualidad a ultranza y en esta situación sostenida se vuelve perversa en grados variables.

La conquista de lo material se ha enfocado en el tener. Profundísimo malentendido. La conquista material es Ser lo genuino, lo Real, lo Verdadero en mente, vida y cuerpo. Es un estado de conciencia no una medida de acopio. La ilusión dice que cuánto más tenemos más somos. Nada más alejado de la realidad. Siendo, se tiene aquello que para Ser se necesita. Estas son profundas verdades que no se conocen si no se habitan.

Y estamos en el laberinto, perdidos en este nudo evolutivo donde nada se asemeja a lo Divino, donde esa identidad que debiera ser, Ser idénticos a la sustancia de la Creación, se aleja más y más de ella.

¿Cómo se sale del laberinto? Es difícil salir, en primera instancia si no se tiene conciencia de él. Si solo creemos que lo que nos asfixia es lo que hacen “los demás”. La asfixia es un estado de conciencia que es, más precisamente, un estado de inconciencia personal y colectivo. No se sale cambiando las ideas sino yendo más allá de ellas.

La Humanidad yace dormida y habitando una identidad que ha sido falseada. Esta Humanidad parece estar compuesta por barcos a la deriva pese a que muchos creen estar dirigiéndolos, ellos se mueven sin rumbo. Cuando cambian los timoneles nos esperanzamos un momento hasta que finalmente la repetición se vuelve innegable. Todo termina siendo “más de lo mismo”. Comprobamos una y otra vez que seguimos dentro del laberinto asfixiándonos cada vez un poco más.

A veces somos solidarios y entendemos que serlo supone dar algo que tenemos, objetos, dinero o tiempo. La solidaridad más profunda es pasar del dar al somos. La solidaridad es habitar una conciencia colectiva en donde las barreras con los otros y con todo lo que existe se hayan desvanecido. La solidaridad forma parte de un estado de conciencia que sale de la individualidad acérrima y se dirige a una individualidad que se entrelaza con la conciencia colectiva. A una individualidad que articula un Ser y un Somos en una unión sincera y real.

Esta unión entre lo individual y lo colectivo no puede ser primariamente solo una idea, una propuesta; tiene que ser necesariamente una experiencia. Y ella no prospera si no proviene de una vivencia espiritual. Si solo es una regla social o religiosa se encuentra dentro del laberinto y la individualidad egoísta se manifestará tarde o temprano. Habrá tantas interpretaciones de la nueva regla como mentes y por su puesto todos querrán tener razón y someter a los demás a sus propias ideas. Entonces de nuevo hay: quienes crean reglas y quienes las cumplen. Todos ellos están en la misma cárcel, sin importar cómo se sientan. Es el juego de amo-esclavo que no deja de replicarse cuando el desarrollo solo se da dentro de este principio mental sin inspiración y guía de algo Superior interno y externo.

Hay que sacudir el polvo y el barro que nos rodea, es imperativo que así sea si realmente queremos seguir adelante. La verdadera miseria es aquello en que nos hemos constituido. Unos mendigos que nos conformamos con migajas del Universo, adorando nuestras mentes imperfectas, enalteciendo pasiones y emociones animales, y sintiéndonos orgullosos de unos cuerpos que al nacer empiezan a envejecer para luego, tiempo después, morir. ¿Cómo podemos estar orgullosos de esto?

A todas luces lo que debe trascenderse es la individualidad finita, la individualidad efímera. Somos una Individualidad Eterna e Infinita inseparable de un colectivo global. Nadie se salva solo, esto no está en la verdadera naturaleza. La ley evolutiva de las almas consiste en desarrollar más y más su conciencia con la asistencia del Espíritu. Esa es la voluntad Divina. Nosotros tan solo debemos rendirnos a ella. Recobrar la identidad personal y colectiva para habitarla y desarrollarla.

Lic. Silvia Kamienomostki

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