Para comprender el ciclo evolutivo actual es preciso reconocer en el hombre a un ser mental de transición y recordar que su condición mental le permite saberse un ser individualizado y por lo tanto tener consciencia de sí mismo.
En este ciclo es necesario reconocer que la experiencia mental sumada a la de la vida y el cuerpo físico no son el techo de lo posible a vivir como almas encarnadas.
Y es imprescindible también saber que el objetivo del alma es encarnarse ella misma a través de sus cuerpos del Ser Álmico, una vez que mente, vida y cuerpo hayan sido suficientemente purificados y pudiendo entonces estar en la posibilidad de descender los cuerpos del alma directamente a la Tierra y ya no utilizar más intermediarios para su manifestación.
Sepamos también que el alma de la Tierra como Ser está ante la posibilidad de realizar un salto evolutivo a una escala infinitamente mayor junto a todos los seres que la pueblan.
La Mente Infinita, la Vida Infinita y la Materia Infinita serán las cocreadoras, las coconstructoras del siguiente eslabón evolutivo para el cual muchos estamos conscientemente trabajando.
Finalmente desde Lo Alto se abren las puertas del Sol. Tendrá esta línea evolutiva humana acceso por primera vez a este plano en forma consciente y directa. Me refiero al plano que enlaza al Divino mismo en Existencia, Consciencia y Bienaventuranza; y a las almas.
De todo esto se trata este fin de ciclo. Por vía del intelecto, de la devoción y de la acción humana sumada a la Gracia Divina el cielo se está abriendo tanto para la Tierra como Ser, como para los hombres que la habitamos estando encarnados aquí.
Hay un ciclo que se completa y que admite un paso más que nos llevará a una experiencia progresiva y plenamente consciente de Lo Divino. Hacerle lugar conscientemente a Lo Nuevo es nuestra tarea. Debemos, esta vez, ser constructores del puente hacia ese futuro que ya se está materializando aquí.
El corazón, la mente y el cuerpo se abren, ya que es desde ellos que estos puentes se construyen. Los tres advierten su techo evolutivo y sus nuevas posibilidades. La posibilidad de dejar de estar regidos por el principio de la naturaleza y de la mente y por lo tanto con el fin del ciclo reencarnacional tal como se viene desarrollando hasta ahora. Se palpa la eternidad, lo finito se disuelve en lo infinito. El dolor, la enfermedad y la muerte ya no tendrán cabida.
De un principio mental que por su propia naturaleza divide hasta lo indivisible y de una ley de la naturaleza que al no ser consciente de sí misma progresa muy, muy lentamente se pasa a un nuevo principio. El principio de Unidad en la diversidad, que sin desconocer la individualidad, aunque ahora ya no del ego sino del alma, convive simultáneamente con la riqueza de la diversidad en donde todo se integra para un desarrollo consciente y fecundo de sí misma.
La voluntad y la acción también se ponen al servicio de este nuevo principio buscando no ya la satisfacción de deseos materiales, vitales, mentales, estéticos, sociales, religiosos, culturales o políticos sino el desarrollo pleno de las almas con la riqueza de la diversidad que ellas por su propia naturaleza proponen.
Y es así que con el fin de este ciclo comienza otro que es el propio desarrollo de la Vida Divina aquí en la Tierra. Dudar o buscar explicaciones mentales para todo esto nuevo no hace más que sellar la puerta de la evolución y dejarnos adentro. No es a través de la mente que se puede reconocer y acceder a lo nuevo. Tengamos esto muy en cuenta y estemos abiertos a mirar detrás de lo que vivimos “en apariencia”. Es allí donde las claves de lo nuevo se encuentran.
La puerta está sin llave, por la única razón de que no es una llave la que es capaz de abrirla. Lo que abre esta puerta es nada más y nada menos que la Conciencia suficientemente activada. La Conciencia que correrá el propio velo Dorado para permitir que la energía que está más allá de la mente pueda trabajar directamente con el sector de la Humanidad que se encuentre preparado para tal fin.
¿Y qué significa estar preparado? Reconocer los límites de la experiencia actual y sentirse desinteresado de ella. Sentir que los objetivos materiales ya no resultan suficientes por mejores que sean. Sentir que la vida tal cual la experimentamos hoy constituye un puente hacia Otra Cosa. Otra Cosa que se va creando a media que vamos estando aptos para ello.
Aquí en lo Nuevo no hay moldes, no hay patrones, no hay nada conocido. Hacia lo Nuevo se avanza con la fe, la intuición o el conocimiento directo y con la certeza. Ellos se vuelven condiciones para ser atraídos y absorbidos por el misterio. El misterio trabaja por supuesto y tautológicamente en forma misteriosa pero no por ello en forma menos evidente. El misterio es preciso y certero y nos propone un modo de comunicación directa con Él, no intermediada ni por la mente ni por los sentidos físicos. Nos propone volvernos uno con Él. Aventurarnos en el misterio para vivir lo que no conocemos pero intuimos fuertemente.
Aprendamos a reconocer las señales de su Presencia. Dejémonos abrazar por este presente potencialmente venturoso que ha de llevarnos a un futuro más venturoso aún. La Bienaventuranza existe y muchos de nosotros hemos tenido alguna evidencia de ella. La aventura consiste en poder establecernos en ella de modo permanente, eterno e infinito.
Que en parte dependa de nosotros le agrega un condimento particular a esta aventura. Esta vez seremos cocreadores de ese inefable futuro que ya está aquí aguardando materializarse en forma completa, infinita y eterna.
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